Introducción

I

Introducción

Cada persona tenemos un ritmo y una forma de aprender y trabajar, pero es evidente que hay determinados factores que pueden incidir en nuestra productividad: el estado de ánimo, el estado de salud y, por supuesto, el entorno de trabajo en el que nos encontremos.

Las emociones se encuentran inmersas tanto en el ámbito educativo como en el profesional, e influyen en la forma de aprender o trabajar. Experimentar emociones positivas puede ayudar a desarrollar tareas, solucionar problemas y favorecer la autorregulación; pero por otro lado, experimentar emociones negativas puede interferir en el rendimiento académico o profesional e influir negativamente en la salud.

Es también evidente que los problemas de salud, como pueden ser las alteraciones de sueño, problemas digestivos, trastornos de ansiedad, enfermedades respiratorias, problemas nutricionales, obesidad y alteración de la salud en general, afectan negativamente al progreso académico y al adecuado desarrollo de una profesión.

El entorno laboral condiciona también en gran medida nuestra capacidad de trabajo, de eficiencia y productividad, ya que necesitamos comodidad, concentración, tranquilidad y sentirnos a gusto, sentirnos parte de ese entorno y que podamos gozar de la dedicación que nuestro trabajo requiere. El nivel de ruido, la calidad del aire, la adecuación térmica, la iluminación, el diseño del espacio, el ambiente de trabajo… son aspectos físicos y sensoriales fundamentales para el adecuado desarrollo de nuestras capacidades. Pero también lo son, si cabe con más importancia, los aspectos emocionales dentro del entorno laboral: las relaciones de amistad e interacción entre los individuos, creando ambientes positivos y emocionalmente estables; la asignación de los puestos de trabajo teniendo en cuenta, además de las capacidades técnicas y sociales, la inteligencia emocional de cada profesional y analizando cómo encajará su personalidad dentro de la organización; que la empresa ofrezca un adecuado sistema de recompensas que permita a los empleados sentirse realizados y satisfechos; etc.

Todos esos aspectos, que se dan por hecho a la hora de aprender o desarrollar un trabajo en una persona sin discapacidad, son iguales, o aún más importantes, en una persona con trastorno del neurodesarrollo, y también deben ser tenidos en cuenta. El estado de ánimo, el estado de salud y el entorno de trabajo o aprendizaje, van a ser factores claves para que el individuo pueda desarrollar al máximo todas sus capacidades, y que éstas le ayuden a conseguir una mayor inclusión en la sociedad.

La familia

Los hijos con trastornos del neurodesarrollo influyen de manera importante en los distintos miembros y en las relaciones que se dan en el ámbito familiar. Esta situación puede influir de forma positiva en la familia, fortaleciendo los lazos familiares, fomentando la cohesión y la cercanía entre los distintos miembros.

Pero en algunos casos, sobre todo en el de las personas con discapacidad intelectual severa, puede generar mayor estrés y tensiones familiares. Algunos miembros de las familias se van aislando, reduciendo tanto el número de relaciones sociales y su calidad como las actividades de ocio. También puede verse afectado el trabajo, por no poder realizar una adecuada conciliación familiar, lo que también suele provocar un impacto económico.
El exceso de responsabilidad en el cuidado de la persona con discapacidad puede provocar la aparición de sentimientos de tristeza, ansiedad o culpabilidad por la situación que se está viviendo y por las propias emociones negativas sentidas. Y también puede influir en mayor cansancio, agotamiento, y empeoramiento del estado de salud.

Por todo ello, la colaboración con las familias en la instauración de buenos hábitos de vida saludable, ya que son los principales cuidadores de la persona con discapacidad, y realizar programas de prevención de la salud para familiares, tanto en el aspecto físico como en el emocional, debe ser un objetivo fundamental.

La familia

Los hijos con trastornos del neurodesarrollo influyen de manera importante en los distintos miembros y en las relaciones que se dan en el ámbito familiar. Esta situación puede influir de forma positiva en la familia, fortaleciendo los lazos familiares, fomentando la cohesión y la cercanía entre los distintos miembros.

Pero en algunos casos, sobre todo en el de las personas con discapacidad intelectual severa, puede generar mayor estrés y tensiones familiares. Algunos miembros de las familias se van aislando, reduciendo tanto el número de relaciones sociales y su calidad como las actividades de ocio. También puede verse afectado el trabajo, por no poder realizar una adecuada conciliación familiar, lo que también suele provocar un impacto económico.
El exceso de responsabilidad en el cuidado de la persona con discapacidad puede provocar la aparición de sentimientos de tristeza, ansiedad o culpabilidad por la situación que se está viviendo y por las propias emociones negativas sentidas. Y también puede influir en mayor cansancio, agotamiento, y empeoramiento del estado de salud.

Por todo ello, la colaboración con las familias en la instauración de buenos hábitos de vida saludable, ya que son los principales cuidadores de la persona con discapacidad, y realizar programas de prevención de la salud para familiares, tanto en el aspecto físico como en el emocional, debe ser un objetivo fundamental.

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