Las personas con discapacidad intelectual y del desarrollo (PDID) constituyen un conjunto de población con una mayor predisposición a padecer enfermedades, tanto de tipo físico como mental, bebido, fundamentalmente, a las características genéticas y biológicas ligadas a la etiología o a las consecuencias de la discapacidad. Son muchos los trabajos que en los últimos años se han encargado de demostrar este hecho. Por esta razón, este colectivo se debe tener en cuenta como un segmento de la población con mayor necesidad de llevar un correcto seguimiento de su salud.
Aunque se conoce la mayor necesidad de asistencia médica, se sabe también que las posibilidades de acceso a los dispositivos de salud suele ser inferior a la esperada y que, por tanto, tienen más riesgo de que las patologías que presentan no se diagnostiquen ni se traten de manera correcta. A eso debemos añadir las dificultades para la expresión del malestar. Las PDID tendrán también dificultades para poder expresar de una forma “correcta” lo que les está pasando. Es por este motivo que el dolor, la incomodidad, etc., que puedan sentir podrán ser expresados en forma de conductas menos adaptadas (gritos, agresiones, autolesiones, hiperactividad, etc).
El resultado de este fenómeno de enmascaramiento, por el cual se atribuye cualquier trastorno a la condición de persona con discapacidad, es la evidencia ya estudiada de una pérdida funcional y un envejecimiento prematuro.
Para evitar este hecho, las herramientas de prevención de la salud para evitar o retrasar en la medida de lo posible el desarrollo de patologías y enfermedades, así como la utilización de pruebas de valoración del estado de salud de los pacientes que sean sencillas y no invasivas, deberían ser objetivos fundamentales en este tipo de población.
Varios estudios han evidenciado que las personas con discapacidad intelectual tienen, por diferentes motivos, más riesgo de presentar patologías médicas en comparación con las personas sin discapacidad.