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El intestino y las emociones

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I

El intestino y las emociones

“Lo que pensamos genera emociones, pero también lo que comemos”.
-Montse Bradford-

La patología gastrointestinal constituye uno de los principales problemas en los trastornos del neurodesarrollo. Por ejemplo, los niños con trastornos del espectro del autismo (TEA) tienen una probabilidad cuatro veces mayor de sufrir problemas gastrointestinales que el resto de la población. En personas con parálisis cerebral, el reflujo gastroesofágico, el estreñimiento y los trastornos de la deglución son las principales alteraciones, y el manejo multidisciplinar, por parte de neurólogos, gastroenterólogos, dietistas y otros especialistas, contribuye a una mejora sustancial de su calidad de vida y la de sus cuidadores. Los niños con síndrome de Down tienen con relativa frecuencia (alrededor del 10 %) malformaciones y alteraciones en el aparato gastrointestinal superior e inferior que, en ocasiones, se manifiestan más tardíamente. También suelen manifestarse otras alteraciones como el reflujo gastroesofágico, el estreñimiento crónico, la enfermedad celíaca y la enfermedad de Crohn.

Una alimentación desequilibrada y un desajuste en el ecosistema bacteriano, no solo tendrán un efecto directo en el órgano, sino también un efecto indirecto sobre el resto del organismo, incluido el cerebro.

Hay trastornos de salud muy diversos, y aparentemente de etiología diferente, que cada vez aparecen con mayor frecuencia en la población y están directamente ligados con las alteraciones del intestino y del hígado, como son: estreñimiento, diarrea, hinchazón abdominal, sensibilidad alimentaria, migrañas, cansancio crónico, alteraciones del sueño, depresión nerviosa, sistema inmune debilitado, trastornos de la fertilidad, inflamación de articulaciones, asma, alergias respiratorias, etc.

Neurotransmisores relacionados con el sueño

Emoción y alimentación: un tándem necesario para nuestra salud

La relación entre los estados de ánimo y el intestino es también evidente. Por ejemplo, ante situaciones de estrés o emociones fuertes, podemos sentir hinchazón abdominal, mariposas o un nudo en el estómago. Pero también, el equilibrio bacteriano modula en gran parte el comportamiento, los estados de ánimo y las capacidades cognitivas. Nunca antes se había visto con tanta claridad el aforismo “somos lo que comemos”.

El miedo, la ira, el amor, la felicidad, la serenidad… En definitiva, lo que somos, lo que vivimos, son asunto de las vísceras, y quizás, en ellas habite y se exprese nuestro esquivo subconsciente. Hemos conocido hace relativamente poco tiempo que en nuestro intestino habitan unos 100 billones de microorganismos, conformado por 3 millones de genes. Lo que vendría a ser equivalente a 150 veces más que nuestro genoma humano.

También sabemos que en las paredes intestinales tenemos unos 100 millones de neuronas, con la misma estructura que nuestras neuronas del cerebro, y en la misma cantidad aproximadamente. Los últimos estudios demuestran que el 90% de las fibras del nervio vago transmiten señales ascendentes. Es decir, del intestino al cerebro. En el colon derecho, por ejemplo, se encuentra el 95% de la serotonina, neurotransmisor fundamental y uno de los responsables de controlar la ansiedad y regular el sueño.

Nuestras emociones tienen un efecto poderoso sobre nuestra elección de alimentos y sobre los hábitos de alimentación. Así, se ha observado que la vergüenza y la culpa son las emociones que pueden tener una mayor incidencia negativa en la dieta. Como vemos, el vínculo entre la emoción y alimentación es más importante de lo que pensamos.

Cuando usamos la comida para calmar nuestro estado emocional estamos alimentándonos emocionalmente. De alguna manera, la preocupación por nuestro peso y por nuestro cuerpo, enmascara preocupaciones aún más profundas. Esto se convierte en un círculo vicioso de preocupaciones que no se resuelven y que frenan nuestra capacidad de crecer y desarrollarnos.

Objetivo del programa

A través de la formación de las familias, conocer la importancia de la alimentación y del ecosistema intestinal en el estado de salud, y la relación entre las alteraciones del intestino con algunas patologías. Conocer los alimentos y los métodos de cocinado que favorecen la síntesis de neurotransmisores. Mejorar la forma en que nos relacionamos con la comida trabajando en la esfera mental y emocional. Aprender a distinguir entre el hambre física y el hambre emocional-ansiedad y así mejorar la alimentación diaria, etc.

Neurotransmisores relacionados con el sueño

Emoción y alimentación: un tándem necesario para nuestra salud

La relación entre los estados de ánimo y el intestino es también evidente. Por ejemplo, ante situaciones de estrés o emociones fuertes, podemos sentir hinchazón abdominal, mariposas o un nudo en el estómago. Pero también, el equilibrio bacteriano modula en gran parte el comportamiento, los estados de ánimo y las capacidades cognitivas. Nunca antes se había visto con tanta claridad el aforismo “somos lo que comemos”.

El miedo, la ira, el amor, la felicidad, la serenidad… En definitiva, lo que somos, lo que vivimos, son asunto de las vísceras, y quizás, en ellas habite y se exprese nuestro esquivo subconsciente. Hemos conocido hace relativamente poco tiempo que en nuestro intestino habitan unos 100 billones de microorganismos, conformado por 3 millones de genes. Lo que vendría a ser equivalente a 150 veces más que nuestro genoma humano.

También sabemos que en las paredes intestinales tenemos unos 100 millones de neuronas, con la misma estructura que nuestras neuronas del cerebro, y en la misma cantidad aproximadamente. Los últimos estudios demuestran que el 90% de las fibras del nervio vago transmiten señales ascendentes. Es decir, del intestino al cerebro. En el colon derecho, por ejemplo, se encuentra el 95% de la serotonina, neurotransmisor fundamental y uno de los responsables de controlar la ansiedad y regular el sueño.

Nuestras emociones tienen un efecto poderoso sobre nuestra elección de alimentos y sobre los hábitos de alimentación. Así, se ha observado que la vergüenza y la culpa son las emociones que pueden tener una mayor incidencia negativa en la dieta. Como vemos, el vínculo entre la emoción y alimentación es más importante de lo que pensamos.

Cuando usamos la comida para calmar nuestro estado emocional estamos alimentándonos emocionalmente. De alguna manera, la preocupación por nuestro peso y por nuestro cuerpo, enmascara preocupaciones aún más profundas. Esto se convierte en un círculo vicioso de preocupaciones que no se resuelven y que frenan nuestra capacidad de crecer y desarrollarnos.

Objetivo del programa

A través de la formación de las familias, conocer la importancia de la alimentación y del ecosistema intestinal en el estado de salud, y la relación entre las alteraciones del intestino con algunas patologías. Conocer los alimentos y los métodos de cocinado que favorecen la síntesis de neurotransmisores. Mejorar la forma en que nos relacionamos con la comida trabajando en la esfera mental y emocional. Aprender a distinguir entre el hambre física y el hambre emocional-ansiedad y así mejorar la alimentación diaria, etc.

Si deseas hacer alguna consulta no dudes en contactarnos, en breve nos pondremos en contacto contigo